Columnas de opinión

Santiago, 13 de Octubre de 2004

La misión de un columnista es aportar a sus lectores con un punto de vista sobre el problema que desea traer a su atención. Este es un juego en que deben mostrarse todas las cartas para ser el columnista efectivamente capaz de crear opinión o producir debate; esa es la labor de quien se esfuerza por poner en pocos centímetros cuadrados un argumento que sintetice en forma clara la manera de pensar sobre un aspecto determinado. El columnista no puede no sentar una opinión, ni puede tampoco tener una opinión distinta cada día sobre el problema específico que aborde. Debe plantearse claramente, si es que desea ser considerado una persona con criterio formado y argumentos suficientes para abordar un tema elegido personalmente. Ni puede, por lo mismo, pedir excusas por lo que piensa, a menos -ciertamente- que haya emitido un insulto o haya efectuado un planteamiento equivocado.

Todo lo anterior es aún más efectivo si se refiere a materia internacional. El mundo de la diplomacia no es de verdades académicas ni de argumentos de fondo; prevalece allí una mutua aceptación de diferencias, por medio de argumentos nunca muy explícitos en temas de fondo. Se minimizan las diferencias y falencias, se acude en forma abierta a una práctica de buenas costumbres. Nada más contrario al trabajo académico, donde ha de prevalecer la búsqueda de la verdad y se han de corear los hallazgos y argumentos para provocar mayor discusión y poder avanzar en el conocimiento. Quien crea que ello es cercano a lo diplomático se equivoca en forma rotunda. Si uno cree en una verdad, que puede ser rebatida en cualquier punto, deberá mejor guardarla celosamente o expresarla de un modo "diplomático" que será, por cierto, poco cautivador y generador de opinión.

Académicos y columnistas pueden estar excluidos de elegibilidad para muchas obligaciones por su inmanente tenacidad en torno al argumento y las ideas. Pero nunca deberán pedir excusas por lo que piensan, ya que con ello no pertenecerán legítimamente a ninguno de los dos mundos, especialmente al plano donde se defienden ideas y principios con ardor. Podrán equivocarse, y recibir siempre una palabra crítica sobre su hacer; pero nunca han de ser considerados mentirosos o vacilantes.

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