Sepelio del señor Hermes Ahumada Pacheco

Me corresponde el penoso deber de despedir a nombre de la Universidad de Chile los restos de don Hermes Ahumada Pacheco. Nuestra Universidad fue su casa de formación profesional, pero también uno de los lugares en que desempeñó su fructífera, dilatada y diversa vida de servicio al país.

Don Hermes fue un hijo de la educación pública chilena, educado en el liceo de Rengo y en la Universidad de Chile. Cuando conversé con él hace no más de tres años, me confesaba que una de sus grandes penas era, justamente, el ver la poca atención que nuestra sociedad ponía en la educación de los niños de la clase media y de los más pobres; me confesó que el nunca habría tenido la oportunidad de ser lo que logró en la vida, sino hubiese sido por la ayuda efectiva del Estado chileno. En efecto, don Hermes se tituló de médico cirujano de la Universidad de Chile en 1933; y más tarde, dando prueba de una capacidad intelectual innegable, se tituló de abogado en la misma Universidad de Chile en 1954.

Pocos son los que pueden exhibir ese currículo formativo, especialmente porque se conformó en años en que la formación universitaria era por norma de tremenda exigencia, de dedicación total. Pero aun más, era de exigencia ante los ideales y pretensiones del joven Ahumada que ambicionaba ser un servidor público y un académico de la Universidad que lo había formado.

Se especializó en la Universidad de Columbia en Estados Unidos, siendo probablemente de los primeros chilenos que, en la década del treinta, llegaban a buscar una formación de especialidad en universidades de gran tradición y excelencia. Sus preferencias estuvieron en urología, geriatría y medicina social, entrenamiento con el que pudo ejercer efectivamente su vocación de servicio a los demás, sus profundas convicciones sociales y políticas, junto con el desempeño de la profesión médica. Así, trabajó en el Ministerio de Salubridad, en la Superintendencia de Seguridad Social, en la Caja Agraria, en la Caja del Seguro Obrero y en el Hospital San Luis de Santiago. En esos cometidos aceró sus profundas convicciones sociales, su espíritu solidario y de servicio público, que serían tan bien reconocidos con sus elecciones como parlamentario: Diputado entre 1945 y 1957, siendo reelecto tres veces; y posteriormente como Senador por O’Higgins y Colchagua entre 1961 y 1969.

Don Hermes Ahumada se desempeñó como profesor de la Escuela de Ciencias Políticas y Administrativas de la Universidad de Chile entre 1950 y 1960, siendo también profesor de la cátedra de seguridad social en nuestra Escuela de Derecho en la segunda mitad de la década de 1960. Sus alumnos le recuerdan como un hombre de firmes convicciones, pero de una gran amplitud y tolerancia. Enseñó con su ejemplo, visible y convincente por los años dedicados como médico y como jurista al trabajo en organizaciones de la seguridad social y del servicio comunitario. Le recuerdan también sus alumnos –entre los cuales se cuenta al propio actual Decano de la Facultad de Derecho– como el profesor de discurso elegante, sólido, construido con esmero y dotado de belleza y contenido.

Le recuerdan como un radical convencido, que a pesar de no hacer ningún tipo de propaganda en el aula, transmitía y convencía por su discurso poderoso, fundamentado, plenamente identificado con el partido cuyos ideales había abrazado desde joven, cuando aun era estudiante de la Facultad de Medicina.

Su alejamiento nos entristece, y la Universidad de Chile se ve enlutada ante la desaparición de uno de sus hijos más dilectos, de un maestro que llenó de ideas y de inquietudes a varias generaciones; de un hombre que hizo material el principio de Universidad Laica, Nacional y Pública que desde Bello hemos todos abrazado a lo largo del tiempo.

Queda su ejemplo portentoso como maestro, padre de familia, hombre de ideas, intelectual macizo. Quedan sus escritos, quedan sus ideas que son de fuerza viva, y que todavía llaman a nuestras conciencias a poner mayor atención en los aspectos sociales de nuestra vida republicana. Cuando me visitó hace unos tres años, me recordó que el compromiso de Juvenal Hernández fue el de poner a la Universidad de Chile siempre en la perspectiva de su misión nacional, y me dijo que habían muchos que, como él, sentían que la Universidad debía seguir formando personas con espíritu de servicio al país, puesto que ese era la principal esencia del carácter Nacional de la Universidad de Chile. Ese día, una mañana de otoño, cuando me expuso sus ideas y proyectos, como un joven de los tantos que llegan a hablarme de sus sueños, cuando me relató sus ambiciones de volver a la cátedra en la Escuela de Derecho, me quedó muy claro que aun estaba presente en él la misma fuerza convincente de un espíritu indomable que le había llevado a los más altos honores en la República, y que le habían permitido acceder a significativos logros académicos.

Su salud nunca le permitió concretar lo que ese día conversamos. Perdimos la gran oportunidad de escucharlo, para aprender de una experiencia y de una fuerza abrumadora, capaz de vencer los mayores obstáculos. Pero aun así, será ese ejemplo el que no podemos olvidar para impregnar nuestra obra diaria de su impecable trascendencia.

En su partida, la Universidad de Chile se inclina entristecida, pero a la vez alegre por que su marcha al oriente eterno nos deja un ejemplo de considerables proporciones, que sabremos siempre llevar a las nuevas generaciones.

Querido profesor, querido hermano, el merecido descanso ha llegado, permítenos darte a lo lejos el más fraternal de los abrazos.

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