El calvario de Rosa

Santiago, 10 de Noviembre de 2004

Rosa es una humilde mujer de nuestro pueblo. Trabaja diariamente luego de viajar por casi dos horas de ida y vuelta a su casa en Conchalí. Su marido está cesante hace tiempo, y tiene trabajos ocasionales que muchas veces sus contratantes ni siquiera le cancelan al cabo de días de esfuerzo. Uno de sus hijos necesita ser operado, y a comienzos de año le habían fijado una hora para tal efecto durante la primera semana de noviembre. Como si no fuera suficiente esta espera, ahora le han comunicado que el médico está de permiso y que la operación se suspende sin horizonte definido. Su hijo está naturalmente angustiado por la espera; se trata de un niño que asiste normalmente a la escuela pero que ha estado bajo la presión de tener que ser intervenido quirúrgicamente, ahora sin saberse cuando. Por cierto que los reclamos de Rosa han tenido por respuesta: "busque una clínica privada, donde Ud. pueda exigir". Ni sus medios ni su condición de chilena adscrita a FONASA le permiten poder efectivamente reclamar por mejor trato y un mínimo de humanidad.

Como Rosa son miles los chilenos que sufren este trato inhumano e injusto. La salud pública significa colas interminables, un trato poco decoroso, y quizás también una mala calidad en la propia atención médica. No existe una orientación a servir a los demás como ciudadanos con derechos; se les trata como quienes reciben un favor, una dadivosa ayuda por parte de un servicio público. Mal que mal, los profesionales se reciben ahora en un "espíritu de mercado", que también significa servir bien sólo a quienes lo pagan. Los mismos funcionarios que luchan por sus derechos, y dicen defender "la salud pública" son quienes al día siguiente proveen un servicio mediocre, discriminatorio, ineficiente e impropio de un país que dice ser quienes somos. Es un tema de recursos, sin lugar a dudas, pero también de organización, de formación, de un uso adecuado de lo que se tiene para servir a los demás. No es este sino el reflejo de las múltiples y profundas inequidades que vive nuestro Chile, y que no se superan con discursos ni discusiones lejos de los intereses y necesidades de la gente. La salud, como la educación, es un derecho que el conjunto social debe garantizar a todos, para que nunca más una Rosa humilde y pobre tenga que derramar lágrimas por su hijo indefenso ante el maltrato y la discriminación que le provee un servicio que debiera estar orientado a cumplir su tarea para todos los chilenos.

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