Reflexiones sobre la Contingencia Actual desde las Ciencias Sociales

Octubre de 2019: Chile distópico

Octubre de 2019: Chile distópico

La mayoría de los chilenos sabemos que hace mucho tiempo las cosas están mal, que el retorno a la democracia no es más que una aristocracia disfrazada, porque tanto los sectores políticos de izquierda como de derecha se han encargado de acomodar un sistema político, económico y social que cubre y favorece a todos quienes están en la cúspide. No nos engañemos, sabemos que el trabajo de muchos sustenta y enriquece a algunos pocos. ¿Pero hasta cuándo puede estirarse esa malla que sustenta a este grupo privilegiado? Ninguno de nosotros sabíamos que la rotura estaba próxima. Me atrevería a decir que la rebeldía de aquél joven que saltó el torniquete del metro para evadir su pasaje fue un acto transgresor cuyos efectos desconocía tanto él como los demás.

Sin embargo, bastó este hecho multiplicado por unos cuantos para tratar de recordarnos por medio de la fuerza policial cuál debe ser nuestro lugar. Hecho que de ninguna manera logró el efecto esperado por la autoridad, sino que sirvió para darnos cuenta de que este sistema regulado socialmente, tiene mucho que ver con una especie de utopía que desean implantar en nuestras mentes. Esa promesa del capitalismo que, gracias a un sistema de préstamo, permite cubrir gran parte de nuestras necesidades materiales. Nos dicen los otros que podemos obtener cualquier cosa con meritocracia y este sistema ha funcionado para muchos, pero siempre hay algunos que sobran, que seguirán pateando piedras. Esto también es parte del sistema, pero “si a mí no me afecta, entonces no es mi problema, el problema es del otro”. Absurdo porque la sola existencia del individuo depende también de ese otro que no quiero mirar porque me han enseñado a pensar que “el que quiere puede”, “el que no surge es porque es flojo”. No obstante, esto no solo afecta a la clase más baja del eslabón social. Esa clase media que inventaron es aquella que también es vulnerable porque su seguridad social es ficticia: paga costosos créditos para obtener su vivienda, paga por la salud, por la educación, por el transporte (todo esto adicional al IVA). Sin embargo, si surge enfermedad grave o pierde su fuente laboral esta seguridad se desmorona.

Por eso cuando comenzó la distopía ese viernes 18 de octubre un remezón nos sacudió abruptamente para que pudiéramos ver la enorme desigualdad social instaurada en Chile. Unos pocos poderosos abultan cada vez más sus bolsillos, tramitando leyes que perpetúan sus privilegios mientras el resto trabaja extensas jornadas, se jubila con una pensión miserable y recibe y soporta cada una de las alzas del costo de vida de este sistema neoliberal que de equidad no conoce. Pero el transitar desde una tranquilidad aparente hasta la otra vereda tuvo como costo ese estado de distopía donde el control del aparato gubernamental regula la libertad a través de las Fuerzas Armadas. Pero la distopía va más allá de este control porque, paradójicamente, a pesar de haber más control policial aumentó la inseguridad, pues la integridad se vio amenazada por el descontrol del actuar del lumpen y la represión de los uniformados.

El costo fue la distopía, pero trajo consigo una renovada conciencia de justicia social, de comunión y fraternidad que no tienen que ver con la utopía sino con el poder mirarnos el uno al otro y descubrir que no estamos solos en esta lucha; que los cambios sociales son posibles; que este es solo el comienzo de una deuda histórica con el pueblo chileno que hoy alza una sola bandera llamada equidad y justicia. Ya nada volverá a ser como antes porque tal como nos advierte Huxley, la peor pesadilla que podemos enfrentar es creer que todo está bien, que vivimos en Un mundo feliz.