Columna de opinión:

Papeles al viento

Papeles al viento
"Afortunadamente, la crisis sanitaria global ha reivindicado el valor de los papers y popularizado la difusión de lo más importante, su contenido", indicó el vicerrector Salazar.
"Afortunadamente, la crisis sanitaria global ha reivindicado el valor de los papers y popularizado la difusión de lo más importante, su contenido", indicó el vicerrector Salazar.
Durante estos meses de pandemia, la producción científica y la generación de datos, se ha multiplicado en el mundo científico alrededor del mundo.
Durante estos meses de pandemia, la producción científica y la generación de datos, se ha multiplicado en el mundo científico alrededor del mundo.

La crisis del COVID-19 ha puesto a los científicos en inéditos roles protagónicos en la discusión pública. Desfilan expertos en los medios explicando los síntomas de la enfermedad, las medidas sanitarias, las modelación de curvas de infección, los avances de la añorada vacuna, los impactos sociales del confinamiento, entre otras aristas. A diferencia de otros actores, sus opiniones no se basan únicamente en convicciones ideológicas y culturales, sino que principalmente en la evidencia científica disponible.

Nunca antes en la historia se generaron tantos datos sobre un tema como durante esta pandemia. Esto ha permitido que los expertos, altamente globalizados, intercambien avances desde distintos rincones del globo en tiempo real y los pongan a disposición de la sociedad. Los gobiernos que mejor lo han hecho ponen en gran consideración estos aportes. El principal vehículo de transmisión de esta información son los artículos científicos revisados por pares, conocidos por todos como papers (papeles en inglés).

Estos reportes científicos han sido objeto de sentimientos de amor y odio durante mucho tiempo,  aunque por razones alejadas de su esencia. Muchas veces me tocó escuchar opiniones de políticos, empresarios, estudiantes universitarios y algunos académicos que acusan a los investigadores de producir “puros papers” y no preocuparse de los verdaderos desafíos del país. Se mira al instrumento como un producto de realización personal, que casi nadie lee, sin el interés público, que, por ejemplo, se le atribuye a la innovación tecnológica.

Por el contrario, los gestores y burócratas de las agencias evaluadoras les profesan idolatría, ya que el valor de estos artículos está fuertemente estandarizado en índices de impacto de editoriales a nivel internacional, lo que simplifica las evaluaciones y otorga un halo de supuesta objetividad a sus decisiones. Esta utilidad como indicador estadístico constituye la base de la jerarquización que realizan las agencias que financian la ciencia y las comisiones acreditadoras y por ende las universidades se adaptan a esta lógica de rankings.

El desvirtuado fomento de una competencia instrumental por indicadores ha facilitado que estos reportes sean capturados como moneda transable por una especie de mercado de las publicaciones, que puede manipularse para fortalecer artificialmente la productividad de individuos e instituciones, lo que los vacía de contenido y los deja desnudos a las críticas.

Afortunadamente, la crisis sanitaria global ha reivindicado el valor de los papers y popularizado la difusión de lo más importante, su contenido. Lo cierto es que publicaciones como las de Watson y Crick sobre la estructura del ADN en Nature en 1953, o la descripción del método PCR en Science en 1988, que resultan esenciales hoy para el diagnóstico del virus, se sustentan en miles de otros artículos de menor renombre, pero igual de útiles. Por ello, los tomadores de decisiones, los consejeros políticos y los agentes evaluadores tienen que revalorizar seriamente el fondo de estos instrumentos. Los papers develan observaciones únicas, como lo expresara el poeta Fernando Pessoa: “La letra que escribo, el papel que escribo, ¿son misterios menores que la muerte?”.