Columna de opinión

Comunidad universitaria, desafíos desde su base triestamental

Comunidad universitaria, desafíos desde su base triestamental
José Miguel Labrín, director de Asuntos Comunitarios
José Miguel Labrín, director de Asuntos Comunitarios

Pensar el desarrollo de la universidad como una comunidad ha sido por décadas una forma recurrente de explicar aquella relación entre su membresía, sus derechos y deberes. Lo anterior, en el espíritu republicano que configura a la Universidad de Chile, se traduce, además, en una residencia de su propia soberanía: su devenir institucional se sostiene desde la coexistencia de los estamentos, grupos cuya potestad política y representación configuran el cuerpo y alma de la Universidad.


Esta casa de estudios “de sus miembros”, en su propia definición estatutaria, ha permitido establecer espacios formales de participación en la toma de decisiones, en múltiples niveles (desde participación en consejos e instancias locales intermedias) hasta la creación del Senado Universitario como máxima plataforma de representación y trabajo colaborativo inter estamental. Sin embargo, más allá de la pregunta por los grados de participación de los diversos estamentos en la toma de decisiones y las posibles miradas al respecto, la demanda democrática que inspira el desarrollo institucional, permite ahondar también en otros aspectos que -muchas veces de manera menos visible- hablan sobre las condiciones efectivas que implica vivir en y con la Universidad.


Ser y pertenecer emergen como ámbitos constitutivos de un colectivo. Pero aquello que nos vincula a los principios, idearios, misión y visión comunes, a modo de un pacto de adscripción, no puede negar nuestras distintas procedencias. Esto ha permitido que las políticas de reconocimiento a nuestras diferencias, la corresponsabilidad, el desarrollo de mecanismos de género, las medidas de acción afirmativa en el acceso y acompañamiento a los estudiantes, sean iniciativas que más allá de sus dificultades de instalación o gestión, permiten actualizar las condiciones en que este colectivo se define en relación con los principios comunes que distinguen el valor público de nuestra institución.


Así, observar la comunidad universitaria implica reconocer las interacciones que se generan en un espacio de encuentro particular. Las relaciones inter e intra estamentales se dan un proceso continuo de sociabilización, incidiendo en ellas factores culturales, políticos, históricos y disciplinares. Hoy, en un marco de restricción de presencialidad y en el que las interacciones se establecen desde la virtualización, la ausencia de una copresencia directa representa un desafío sobre cómo impulsar mecanismos que permitan y desarrollen el sentido colectivo y colaborativo, antes anclado en las dinámicas territoriales de los campus y hoy desplazadas a encuentros on line.


Este escenario va aparejado con la preservación constante de la organización como mecanismo de integración. La existencia de múltiples instancias autónomas y colaborativas gatilladas por estudiantes, muchas de ellas emergentes al alero de la situación país, son espacios que la institución debe observar permanentemente como un eje de la promoción de sus actores y de los quehaceres más allá de las aulas e instancias de formación académicas. La configuración de un tejido social complejo dentro de la Universidad habla de una comunidad cuyos capitales se afianzan en modelos de participación nuevos que apelan tanto al desarrollo y el bien común interno de nuestra casa de estudios pero que permean y expanden también las fronteras del rol público de esta institución.


En este sentido, el desarrollo comunitario también debe considerarse desde la satisfacción de sus miembros y el establecimiento de acuerdos que permitan elevar las condiciones de vida y el desarrollo integral de todas y todos, en un marco general de derechos y acuerdos propios de un buen vivir. Es en ese marco donde la pregunta por la convivencia supera el límite de la resolución de conflictos y se sitúa al alero de la generación de un bienestar compartido capaz de proyectarse como un pilar del desarrollo de aquello que nos reúne y nos permite coexistir en aquel lugar, como señaló Bello, es aquel donde todas las verdades se tocan.