Comunicado

Palabras por la partida de Patricio Manns

Palabras por la partida de Patricio Manns
Patricio Manns

Me corresponde dirigir hoy unas palabras de despedida a Patricio Manns, músico, colega y amigo, a quien dimos ayer un adiós colectivo en el Teatro Nacional Chileno, en medio de claveles rojos, intervenciones artísticas, lecturas poéticas e infinitas marchas de gente.  Estas formas superpuestas eran su pueblo, una voz que Manns escuchaba de un modo particular y a la que se había acostumbrado desde muy joven a explorar en los rincones de Chile, en el revés cultural de un país que desde la dictadura comenzó a desarrollarse a espaldas de su materia poética más auténtica. Las energías culturales que hallaba en aquellos rincones -y que precedían su poesía- lo hacían tender otra historia, una que se tejía entre cordilleras y de la que formaba parte un bello pueblo abnegado: el pueblo de las y de los invisibles, de los desamparados, de los amasados por una inocencia secreta que merecía ser expuesta. Fue a esto a lo que entregó la totalidad de su música y de su poesía; lo hizo con una lealtad y una consecuencia muy difícil de alcanzar, en una lucha que jamás abandonó y que residía en el arte de recuperar un pequeño universo de seres puros, mujeres y hombres en los que rastreaba las notas de bondad que habían prevalecido en el pasado político del país. Lo que le daba a Manns una voz particular -en su poesía, en sus canciones, en sus novelas- era la convicción de que en sus rincones Chile era recorrido por una nobleza y una resta moral subterráneas. Él cantaba como una parte más de ese submundo primero, tan mítico como discreto,  pero a la vez era como si ese modo de entonar en la vida fuera la propia materia poética de sus canciones. Por eso la sustancia más verdadera de Chile tenía por él una enorme admiración, y también por eso el pueblo conmovedor al que no dejó nunca de evocar lo despidió ayer con tanto cariño. Manns era la voz de una pasión colectiva milenaria y diseminada en confines tímidos; ese colectivo reclamaba en el desahucio la unidad que lo redimiera, y eso que podía unirlo era precisamente lo que él cantaba. Lo hacía así, sin descanso, en una pugna por anudar las consciencias invisibles de las multitudes castigadas con los ojos llenos de amor de un país que sigue anhelando su pasado más remoto y más bello. Como Decano de la Facultad de Artes, pero también como su amigo, me toca hoy darle a título de todas y de todos su largo adiós.

Profesor Fernando Carrasco
Decano
Facultad de Artes