Una mirada desde la antropología social sobre la IA

Andrés Gómez: "Usamos máquinas para que nos reemplacen en el trabajo, lo cual se nos vuelve un problema cuando una red de máquinas lo hace más rápido y mejor"

Inteligencia artificial y sus repercusiones en la vida cotidiana
Impresora 3D del Centro de Recursos de la Dirección de Escuela de Pregrado, Facultad de Cs. Sociales.
Impresora 3D del Centro de Recursos de la Dirección de Escuela de Pregrado, Facultad de Cs. Sociales.

Presentadoras que leen noticias creadas con Inteligencia Artificial (IA) luciendo tan reales que cuesta creer que no lo son han impactado al mundo. En entrevista con BBC, el músico británico Sting se refirió al avance de la Inteligencia Artificial en la música y señaló contra ella lo siguiente: "Esto será una batalla que todos vamos a tener que luchar", son solo algunos de los recientes casos donde la Inteligencia Artificial (IA) ha demostrado producir un gran impacto social.

“Cómo y qué efectos sociales produce la IA es una preocupación que, si bien fue dejada de lado en los 80, hoy en día resulta interesante analizar cuáles son las nuevas consecuencias sociales que ocurren con la segunda ola de la IA”, según el académico del Depto. de Antropología, Andrés Gómez.

En el caso de la tecnología digital, señala que su repercusión está a la vista y tiene que ver con capacidad de procesamiento de datos y entornos sociales virtuales nuevos que se generan. Sin la red, “no teníamos la capacidad de experimentar vínculos o relaciones interpersonales con tanta celeridad. Antes se desarrollaban vínculos por países o regiones, mas no se pensaba lo global de manera muy clara”, en palabras del investigador.

Sin duda, “el uso de la tecnología en la sociedad conlleva riesgos y beneficios”. Andrés Gómez, quien también coordina el Núcleo Especulatorio sobre la Tecno-ciencia y los Biomateriales, recuerda el movimiento social ludita enfocado en destruir fábricas y máquinas porque entendía que reemplazaban lo humano, el cual fue encabezado por obreros ingleses o catalanes en el siglo XIX que protestaron contra las nuevas máquinas que destruían el empleo.

“La tecnología desarrolla funciones que están más allá de las capacidades de lo humano, entonces en cierta medida sí lo reemplaza”, precisa Gómez. No es que vayan a desaparecer los(as) trabajadores(as) humanos(as), “sino que el tipo de explotación es otro, se está acumulando información a partir de la explotación de datos”, agregó.

Hay un capitalismo cognitivo donde opera otro tipo de sustracción del valor del(la) trabajador(a). Sin embargo, “toda tecnología necesita de la intervención humana porque a nivel más abstracto de datos, se requiere al humano para analizarlos y autogenerarlos. Hay que sacar la idea que nos van a reemplazar las máquinas”, argumenta Gómez.

Hay acciones o procedimientos a cargo de las máquinas que implicarán cambios en las funciones. Por ejemplo, en las Ciencias Sociales en los 90 se hacían análisis cualitativos, ahora ya no se necesitan personas que hagan la codificación específica, sino que se demanda extraer y cruzar datos para meta analizarlas.

“El dolor que implica el cambio, esto sí que es diferente a las otras etapas de la historia, pues actualmente hay cambios más rápidos y la obsolescencia está mucho más presente. Existen muchos estudios que hablan sobre la necesidad de tener a trabajadores(as) y gente experta que sea flexible para adaptarse en medio del devenir de la tecnología”, comentó.

El trabajo cara a cara se puede perder, pero se desarrolla otro tipo de vínculos y sigue lo colectivo. Frente al sentirse amenazado, hay un filósofo francés con un relevante trabajo ligado a las técnicas y las tecnologías llamado Gilbert Simondon, quien planteaba que las máquinas digitales en este caso -y en tanto tecnologías- están siempre vinculadas a lo humano, a partir del deseo que el humano busca en esas máquinas. “Por tanto, usamos esas máquinas para que reemplacen nuestro trabajo, el problema es cuando una red de máquinas lo hace más rápido y mejor. Ahí viene el horror”, comenta Gómez.

“Es necesario comprender el tipo de vínculo con la tecnología, en este caso de la Inteligencia Artificial, que opera sobre la base del reconocimiento de patrones recurrentes. Allí hay un tema de formatos de representación, donde lo humano puede introducir variantes a esa lógica”, agrega.

Un investigador también de Francia llamado Henry Chávez, planteaba la idea de que el gran desafío es el desfase imaginado entre lo real y lo virtual, es decir “nuestras instituciones y vida cotidiana con el mundo digital. Ese desfase se puede ejemplificar con una imagen: a futuro podríamos estar viviendo en un mundo destruido ecológicamente, pero tener un metaverso distinto en su representación; el gran desafío para esta paradoja sería la desconexión”.

Para la Antropología, existen dos “líneas de observación sobre la tecnicidad. Por una parte, cuando hay enajenación de esa tecnología (miedo) lo que genera un repliegue de los deseos. Por otro lado, cuando hay una dimensión religiosa, según Simondon, que nos vincula con lo sagrado. Del cruce de esas dimensiones surge el gran problema para lo humano, que es “cuando la tecnología hace más de lo que se esperaba”, concluye el investigador.