Su modelo es el de la “espera activa”

Una voz disidente

Una voz disidente
La Unidad "Transitando", del Instituto Psiquiátrico Dr. José Horwitz Barak, fue fundada por la pricóloga Josefina Cáceres y el doctor Juan Maass, director del recinto, en conjunto con un equipo multiprofesional para la atención de personas en búsqueda de transición de género.
La Unidad "Transitando", del Instituto Psiquiátrico Dr. José Horwitz Barak, fue fundada por la pricóloga Josefina Cáceres y el doctor Juan Maass, director del recinto, en conjunto con un equipo multiprofesional para la atención de personas en búsqueda de transición de género.
Psicóloga Josefina Cáceres.
Psicóloga Josefina Cáceres.

Su labor clínica, tanto en ese recinto asistencial como en su consulta privada, respalda una experiencia que orienta sus palabras y su relación terapéutica con sus pacientes, aunque en la actualidad está dedicada a ofrecer terapia conductual dialéctica para el tratamiento del trastorno límite de la personalidad o TLP.

Así, esta profesional, que también es trans, muestra un artículo de revisión bibliográfica suyo, publicación en la que parte explicando que el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, o DSM-5, sustituye el antiguo concepto de “trastorno de identidad de género” por “disforia de género”, mientras que, paralelamente, la Clasificación Internacional de Enfermedades, 11.ª edición, o CIE11, sustituye el redefine el concepto de “transexualidad” por el de “Incongruencia de género”, desplazándolo a una nueva sección de “condiciones relacionadas”; es decir, que no es una enfermedad. Pese a ello, la razón de su permanencia en la CIE-11 se justificaría exclusivamente porque las personas transexuales necesitan procedimientos médicos específicos.

La disforia de género se asocia a ansiedad, depresión, irritabilidad y, a menudo, deseos de vivir con un género diferente al asignado al nacer, un rechazo al cuerpo que se tiene; que no es lo mismo que ser transexual. Así es como hay trans que no tienen disforia y otros que sí, y eso es muy grave porque produce muchos problemas de salud mental”, puntualiza. Y añade: “no necesariamente la persona que es diagnosticada desde muy temprana edad con incongruencia de género va a terminar siendo una persona transexual”.

Para el diagnóstico de esta condición, da a conocer que internacionalmente hay tres enfoques: el de Toronto, según el cual se desalienta los intereses y juegos asociados al género que no es el propio, así como la transición social antes de la pubertad y trata de evitar la transición de género “pero no por considerarlo algo malo, sino desde la percepción de evitar el sufrimiento”. Por su parte, el enfoque californiano es el afirmativo, actualmente en uso en casi todo el mundo, según el cual se respalda sin cuestionamientos lo que exprese la persona. “Y en la Unidad Transitando nosotros usamos el sistema de Espera Activa, basado en el esquema de Amsterdam, en el que se acepta lo que afirma la persona, pero acompañamos y apoyamos para que llegue a la mejor opción, sin presionar y sin apurar. No hay que dar tratamiento enseguida, eso es absurdo”.

Y ejemplifica: “Tuve un caso de un chico que tenía 16 años en plena pandemia derivado desde una fundación, era claramente transexual, estaba en terapia de bloqueo hormonal. Estuvimos con él un tiempo; primero dijo “soy una persona trans”, luego “soy una persona gay” y después dijo “no sé quién soy”. Nos contó que estuvo largo tiempo con mucha depresión y problemas familiares, y que en esa época hizo un viaje a las Torres del Paine con su mamá y su hermano, sintiéndose la peor persona del mundo, que estaba arruinando las vacaciones, y empezó a buscar por internet según sus síntomas y apareció el transexualismo. Por esa búsqueda él dijo “yo soy transexual”. En mi experiencia hay varios casos así. La Universidad de Harvard, Estados Unidos, estableció una prevalencia trans de 0,3 % al 0,5 % en población general; en Chile, la encuesta Casen 2015 determinó que la población que se reconoce gay/ lesbiana es 1,04 %, bisexual 0,37 % y otra (trans y otras categorías), un 0,02 %. Más recientemente, la encuesta INJUV 2017, habla de un 2,4 % de personas trans. Hay algo que no está siendo bien tomado”.

¿A qué atribuye esa diferencia?

Voy a decir una cifra mucho más llamativa: hasta el año 2010 en ningún paper existía la transexualidad masculina; sin embargo, ahora son más trans masculinos que trans femeninos. Yo creo que ahora es culturalmente aceptable, deseable. Me he especializado en TLP, en estudiar las características de la identidad, y hay una enorme búsqueda de identidad, es tan grave esto que, de alguna u otra forma, como los chicos no se conocen, están buscando respuesta en su entorno.  Entonces es un camino complicado. Ahora, científicamente creo que lo he ido haciendo lo más correctamente posible –el enfoque de espera activa-, porque cuando llega una persona trans yo creo en lo que me está diciendo, pero puedo tener una sana inquietud de que, en algunos casos, podría haber algo más, y tenemos que trabajar para que él, ella o elle se asuma como trans o vea si hay algo más en el trasfondo. Tiene que haber un acompañamiento, no partiendo desde la duda ni desde juzgar si eres o no trans, pero sí sabiendo que puedes estar tomando decisiones que van a cambiar toda tu vida. Es un mix complejo. 

Acompañar y escuchar

Justamente, debido a su complejidad, es que la psicóloga Cáceres señala que el enfoque de espera activa no es muy extendido, a diferencia del californiano o afirmativo, que “ya ha sido apuntado como no tan oportuno por la Asociación Profesional Mundial para la Salud Transgénero, o WPATH. Me parece una falta a la ética que una persona pueda ir a un psicólogo experto en trans y que, después de apenas conocerla, le dé un certificado que respalde su decisión de hormonarse u operarse”.

“Cuando construimos la Unidad Transitando, en la que ya no trabajo, se hacían dos o tres entrevistas médicas y psicológicas en profundidad para recién ingresar a la persona. Me siento muy orgullosa, porque junto al doctor Juan Maass se armó todo un equipo clínico, con muchos recursos de horas profesionales de psiquiatras, neurólogos, psicólogos y asistentes sociales, discutiendo y revisando caso a caso. Y el programa lo que hacía era acompañar durante un tiempo para que la persona reafirmara o no su decisión; muchos eran evidentes y derivaban a proceso de armonización. Pero, de hecho, tuvimos algunos que echaron pie atrás: me acuerdo de una adolescente extranjera que había dicho que no era mujer, pero le daba miedo detener el proceso porque ya había avanzado tanto que no se atrevía. Hubo casos muy bonitos, porque reafirmaron su identidad; he tenido otros que no saben por qué están transitando. También nos enfrentamos a una cuestión que a mí en lo personal me provoca cierto rechazo, que vienen muy politizados en el amplio sentido de la palabra; en alguna consulta les dijeron que eran trans y llegaban a exigir su terapia hormonal; tenían 14 años y eso nosotros no lo aceptábamos, porque no éramos “dadores de hormonas”. Nosotros hicimos mucha investigación, incluso trajimos a Chile la escala de identidad transgénero el año 2021, según la cual podíamos estudiar la transfobia internalizada o no internalizada. Estábamos, sin ánimo de ser pedante, a nivel mundial”.

¿Cómo se trabaja, en cada caso, para llegar a un diagnóstico previo a iniciar una transición dentro de márgenes de seguridad?

Yo no hago diagnóstico de trans; hago de disforia de género, que es distinto. Si uno va estudiando su historia de vida, desde cuándo comenzó este pensamiento… la palabra es una cosa muy simple: tú te sientes o eres. Muchísimos me dicen “me siento”, no “yo soy”, y es distinto. Entonces es toda una historia para comprender como terapeuta, y que la misma persona también vaya comprendiendo, que hay que trabajar en esa disforia. Porque ese discurso de “me siento” viene de las páginas web, es un recurso aprendido que eso que sienten es ser trans, pero cuando ya aparece la disforia ahí es un tema peligroso, porque pueden surgir el intento de suicidio o las autolesiones. Ese es, desde mi punto de vista, el talón de Aquiles de todo el proceso trans: que se deba cambiar el cuerpo para disminuir la ansiedad o la depresión asociada a la disforia de género.

“Entonces pienso que a veces están buscando una solución, una respuesta, que a lo mejor no va por ahí. Soy miembro de la Sociedad Europea Científica de Estudio y Trastorno de Personalidad, y el año pasado presenté un trabajo en Barcelona mostrando una intervención alternativa a la hormonización que apunta a la aceptación radical del cuerpo. Un estudio exploratorio, a través de técnicas de terapia conductual dialéctica, orientadas a disminuir la disforia. Porque si el problema es la disforia, una persona que la pueda manejar quizás no tiene que cambiar su cuerpo. Para mí la pregunta más ética es por qué patologizar un cuerpo que no está enfermo; ¿es lógico tomar una decisión que los lleve a tomar hormonas toda la vida si la persona en realidad está en busca de su identidad? Deberíamos llegar al momento en que ya sea que tú te sientas mujer o te sientas hombre, la expresión de género no tenga que pasar por el cuerpo, porque si pasa por el cuerpo, no podría existir la transexualidad”.

¿Es decir que también pueden existir personas que hayan hecho la transición física y que todavía tengan disforia de género?

Claro, y eso no va a cambiar porque no se trató la disforia, exactamente. Pueden incluso odiar ese nuevo cuerpo, y eso yo lo he estudiado: el tratamiento desde un inicio fue erróneo. La pregunta es por qué, si yo tengo una ansiedad, tengo depresión por disforia, por esta búsqueda de identidad, el tratamiento fue operar mi cuerpo, para que digan que encajé. Es un problema de identificación con el género, pero todo debe tener límites. En Estados Unidos ha habido personas que quieren ser trans lobas, porque tienen el derecho a ser quien quieran ser. Pero cuando se extiende la posibilidad de ser quien quiera, se puede salir incluso de la clase humana; es absurdo.

Me está diciendo entonces que es caso a caso, que debe haber una espera activa, una escucha fuerte que se debe hacer…

En mi experiencia, sobre todo los más jóvenes, muchos desistieron antes de la hormonización. De repente sólo eran gay o lesbianas, o estaban confundidos, que es lo propio de la edad, lo esperable en esa etapa. No quiere decir que mi trabajo haya sido destransitarlos, pero sí escucharlos y apoyarlos en su búsqueda de identidad. Una de las tareas importantes en la vida es decir “yo soy esto”, conocerse a uno mismo, y si esa tarea no ha concluido, no saben quiénes son. Hay un montón de mensajes que son contrarios a la salud mental: “si tú lo quieres lo vas a lograr”, o lo de “si se lo pido al universo me lo va a dar”. Eso significa no conocerse, no trabajar; eso, antiguamente, se llamaba madurar.

“Es más fácil no trabajarlo, y eso nos lleva a la epidemia de trastornos de personalidad que tenemos, porque en el fondo el concepto de “todo lo que yo quiera lo tengo que lograr” es falso; “siempre tengo que ser feliz”, es falso. Cuando estás triste, estás triste, cuando estás alegre… La sociedad ya instauró que no se puede jamás estar triste, porque es anormal estar triste y si es anormal estar triste, ¿qué voy a hacer?”.