Andar en tren

Santiago, 09 de julio de 2003

Si no ha tenido la oportunidad de utilizar el transporte ferroviario de pasajeros entre Santiago y Chillán, le recomiendo que lo haga cuando pueda. En primer lugar, se dará cuenta de un servicio de mucha calidad, que recuerda aquél que el pasajero obtiene en Europa o los EE.UU. En segundo lugar, se trata de carros cómodos y bien equipados, que nada tienen que ver con aquellas máquinas desvencijadas y vagones mal equipados y desatendidos a que nos había acostumbrado la tradicional administración del pasado. En tercer lugar, existe una puntualidad digna de destacar, lo cual refleja una eficiente organización y un efectivo sistema de administración de la empresa. Finalmente, el personal está bien preparado para atender todo tipo de situaciones, incluyendo la existencia de exceso de demanda que manifiesta debido a la creciente popularidad que está representando este medio de transporte. Todo esto ha de constituir una sorpresa para quienes vieron en ferrocarriles nada más que la extensión de una situación insostenible presupuestariamente y en cuanto a los flujos de inversión. Ello, en esa visión, no tenía sino por último destino, el cierre definitivo y total de la empresa.

Los grandes países gozan de un buen dotado sistema ferroviario, con adecuada inversión y suficiente presupuesto generado por la venta de un servicio necesario y provisto eficientemente. Por eso no podía entenderse que la virtual eliminación de los ferrocarriles en nuestro suelo, constituyera una salida normal o lógica en el contexto de modernización económica y crecimiento. Por el contrario, en muchos países el ferrocarril ha continuado siendo la "espina dorsal" del sistema de comunicaciones terrestres, y una tradición que valora los esfuerzos de una gran inversión acumulada a lo largo del tiempo. Por ello, nada tiene de ilógico que la red se continúa modernizando y que pueda ampliarse hasta Puerto Montt, como en los tiempos en que el tren se convirtió en el más fundamental instrumento de integración nacional. Ese esfuerzo debe respaldarse, puesto que mejoraría las condiciones de trasporte y abriría mayores espacios a la competencia que las regiones necesitan para que su producción alcance los mercados mayores.

Pero, ciertamente, además de la meditación que deja la experiencia en cuanto a necesidad de inversión, el viaje a Chillán le recuerda esa vieja canción cuyo estribillo era: "Andar en tren... es una gran felicidad".

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